¿Por qué se arrepintió Donald Trump, de último minuto, de poner aranceles a México y Canadá? ¿Porque le ofrecieron soldados en la frontera? ¿Drones, helicópteros? ¿Por las represalias que esos dos países podrían ejercer? Claro que no, porque todo eso ya estaba sobre la mesa desde antes incluso que Trump tomara posesión como presidente.
Fue la reacción de los mercados, de las bolsas, lo que lo espantó. Recordemos: las bolsas en Estados Unidos no habían caído hasta el día en que Trump dijo la frase de que nada de lo que México o Canadá hicieran podía de tener los aranceles. Fue el 31 de enero. Fue hasta ese momento, que los mercados se desplomaron porque antes de esa declaración, estaban convencidos de que Trump no hablaba en serio, de que todo era una estrategia de negociación ante sus vecinos.
La caída en las bolsas dio una idea al presidente estadounidense de lo que venía si seguía con su plan. Porque contrario a lo que él cree, o creía, las consecuencias no serían menores ni de corto plazo, serían de largo plazo incluso si México y Canadá aceptaban sumisamente los aranceles.
Porque las empresas estadounidenses han invertido desde hace 30 años en cadenas de suministro bajo la suposición de que el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica las protegía de incertidumbres como las que ahora sufren. Las inversiones, las rutas, los empleados y las conexiones entre ellos no iban a poder reemplazadas rápido. Y habría un aumento de precios como consecuencia. Sin ninguna duda.
No es el mismo que pasó durante el la presidencia pasada de Donald Trump, porque aquella guerra comercial contra China sí tenía sentido. Porque se trata de un enemigo existencial del que, tarde o temprano, había que desligarse, antes de que una guerra u otro conflicto, los obligara a hacerlo, como bien lo describe, hasta la fecha, Robert Lighthizer, el representante comercial de Trump durante su pasada administración y el cerebro detrás de la primera ola de aranceles. Con China es diferente porque:
Hay un consenso bipartidista en Estados Unidos, de republicanos y de demócratas, de que China ha abusado de la relación comercial con Estados Unidos. Y muchos empresarios que han invertido en China, y que fueron despojados de su propiedad intelectual en ese país, ahora lo reconocen.
Hay mejores alternativas que China. México principalmente, pero otros países también como Vietnam y Malasia, han sido no sólo capaces de reemplazar poco a poco la manufactura que venía de China, sino que las empresas han descubierto que la mano de obra en esos países es incluso mejor calificada y con mayor productividad -y a menor costo- de lo que tenían en China. Al menos desde 2014 la mano de obra mexicana es más competitiva que la china en manufactura.
China misma, con su comportamiento en el sureste asiático y creyéndose a sí mismo que ya no necesitaba de la inversión estadounidense, se encargó de cimentar la hostilidad dentro de Estados Unidos en contra de ese país. Muy tarde se dieron cuenta, con la crisis económica que ahora viven, que habían revelado sus intensiones demasiado pronto.
Algunos creen que realmente Trump solo buscaba concesiones en seguridad por parte de sus vecinos. En realidad, acusar a México y Canadá por el tráfico de fentanilo y de personas era solo un pretexto para implementar aranceles. Tenían que hacerlo así porque no es facultad del presidente, sino del Congreso estadounidense, imponer aranceles a otros países. Y al presidente sólo le fue concedido poder bajar aranceles como parte de negociaciones comerciales. O de subirlos, pero sólo en situaciones que pongan en peligro la seguridad nacional. Esa es la razón por la que Trump esgrime razones de seguridad detrás de los aranceles.
Él mismo ha dicho, sin embargo, que lo que busca es reducir el déficit comercial que Estados Unidos tiene con México y Canadá. Es decir, le molesta el simple hecho de que sus vecinos vendan más a Estados Unidos de lo que Estados Unidos logra venderles a ellos. Es una forma muy limitada de entender la relación comercial entre los tres países, porque se puede argumentar que Estados Unidos se beneficia en términos de competitividad frente a otros países y regiones, como China, por la diversificación en la producción que le permite tener la mano de obra mexicana y los recursos materiales canadienses. Pero ese es otro tema por completo.
El punto es que Trump se detuvo por la reacción de las empresas y los inversionistas dentro de Estados Unidos. ¿Significa que se detendrá en marzo, cuando venza el plazo de las medidas que Canadá y México iban a implementar para detener el paso de drogas y de migración? No creo que dependa realmente de lo que México y Canadá hagan, sino de si Trump cree, para entonces, que el golpe de los aranceles no causará otro desplome en bolsas o un incremento importante en inflación que lo conviertan en un presidente impopular. A menos que él crea que la escasez y los aumentos de precios durarán poco, a lo suficientemente poco para que la gente se olvide del golpe y vea otros beneficios.
Eso es lo que no va a suceder. No de inmediato. No en años, incluso. Hagamos un ejemplo.
¿Qué pasaría si Donald Trump impone 25% de aranceles a todo lo que México y Canadále venden? Además de un terrible golpe a las economías de esos países, causará incremento de precios de inmediato en Estados Unidos y, en algunos casos, interrupción total en el acceso a esos productos.
Tomemos la industria automotriz como ejemplo. Hay modelos de autos que se elaboran y ensamblan tanto en México como en Canadá antes de llegar a la tienda en Estados Unidos. Si los frenos y los componentes electrónicos vienen de México, y solo menciono dos de muchas otras partes, y las bolsas de aire y el sistema de ventilación vienen de Canadá, cada uno de esos componentes tendrá que pagar 25% cada vez que crucen la frontera, hasta 8 veces en algunos casos, antes de su ensamblaje final. Ese aumento se lo embolsa el gobierno de Estados Unidos, que es lo que Trump quiere, pero a cambio de que el auto en la tienda cueste, cuando menos, 3 mil dólares más en promedio, según la estimación de las empresas proveedoras. En algunos casos esas partes simplemente dejarían de surtirse en cuestión de días, dicen también los proveedores, dado que ya no sería económicamente viable para ellos seguirlas produciendo.
¿Qué harán esas empresas estadounidenses de autos? ¿Quitar esas plantas en México y Canadá, y rehacerlas desde cero en Estados Unidos? Lo harán, si creen que los consumidores pagarán el incremento de precio que implica no sólo pagarle a trabajadores estadounidenses un sueldo mucho más alto, sino además el enorme costo de perder sus inversiones en México y Canadá para reconstruir sus bases industriales dentro de Estados Unidos. Un movimiento que, además, no se realiza en semanas o en meses. Pasan años antes de que las cadenas de suministro puedan reconfigurarse de esa manera. Suponiendo que sean económicamente viables porque eso abre otra pregunta, ¿los consumidores estadounidenses estarán dispuestos a pagar más por esos mismos modelos de autos?
Son tantas las piezas en movimiento, el territorio desconocido en el que entraríamos, que es también una opción de los inversionistas en esas empresas automotrices, simplemente retirar su dinero y enfocarlo en proyectos más lucrativos. ¿Quién quiere subirse a una montaña rusa con su dinero?
Otra opción es que Trump no aplique aranceles generalizados contra Canadá y México sino focalizados en las industrias donde ya tenga identificados proveedores dentro de Estados Unidos que puedan sustituir esas importaciones. Sería un movimiento más inteligente, aunque no espectacular como le gusta.
Así que, lo mejor que el presidente estadounidense puede hacer, es dejarse de complicaciones y aplicar aranceles al verdadero rival del país: China. De esa forma los mercados aceptarán mejor la decisión, pues han tenido tiempo para preparar su salida de aquel país, luego de la primera guerra comercial y del aumento de las tensiones geopolíticas. Y, además, le permitirá debilitar a un enemigo que nunca dejará de buscar la destrucción de Estados Unidos.
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