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Estados Unidos es irremplazable, ¿los BRICS dónde están ante aranceles?

Foto del escritor: Esteban RománEsteban Román



Canadá, México y la Unión Europea están sufriendo con Donald Trump. Y hace que muchos dentro de esos países crean que Estados Unidos puede ser sustituido con China. Es imposible. Y eso es lo que hace que Trump esté tan confiado en que todos se doblarán ante su voluntad. Sin embargo, lo que el presidente no ve es que al empezar con aranceles a sus aliados, está beneficiando a sus enemigos. A los enemigos de Estados Unidos.


Pero empecemos por explicar por qué China no puede sustituir a su gran rival. Porque si mágicamente desapareciera el comercio mundial un día, Estados Unidos sería el que sufriría menos entre todos los países industrializados, pues solo un cuarto de su producto interno bruto depende del comercio internacional.


China, en cambio, depende 37% de ese comercio, mientras que las economías de Canadá y de México dependen alrededor de 70% del comercio global. Y de todas sus ventas al extranjero, 80% de ambos va a Estados Unidos.


Esto sucede NO solo porque México y Canadá son vecinos de Estados Unidos, sino porque ese país es el marcado más grande de consumo del mundo. Incluso si todos los BRICS juntos fueran de compras, si China, India, Rusia, Brasil y los demás que se les han unido últimamente, quisieran abrirle sus mercados a México y Canadá -que no quieren, por cierto, porque también son países exportadores-, pero supongamos… no lograrían reemplazar el poder de compra estadounidense. Son simples matemáticas. Esos países, empezando por China, son vendedores principalmente, no compradores, como Estados Unidos. 


El comprador más grande del mundo, Estados Unidos, no puede ser sustituido con el vendedor más grande del mundo: China. El que tiene el mayor déficit comercial del mundo -y la razón por la que Trump está enojado-, no puede ser sustituído por el que tiene el mayor superávit comercial del mundo, razón por la que China es un pésimo socio comercial, siempre buscará sustituir lo que le vendes con sus propios productos luego de copiarlos y hacerlos más baratos. Y es por ello que los únicos que venden a China son países exportadores de materias primas, como minerales y productos agrícolas, o los que generan tecnologías que los chinos han sido incapaces de copiar, como los semiconductores más avanzados.


Por todas estas razones Estados Unidos es insustituible. Pero no es la única razón en el caso de los países cercanos geográficamente. De la misma forma que Australia, aliado militar de Estados Unidos, no puede evitar que 40% de sus exportaciones vayan a China, por simples motivos de cercanía, de la misma manera sería absurdo creer que México o Canadá pueden reemplazar a Estados Unidos. ¿A dónde van a ir los aguacates mexicanos, por ejemplo, si no a su vecino del norte? ¿A China? ¿Cruzar medio planeta en barco durante semanas? ¿Cuánta más refrigeración sería necesaria para evitar que el producto se pudra? El incremento en precio de ampliar tanto la ruta, ¿sería absorbido por el consumidor chino? ¿Hay tanto apetito de los chinos por aguacates? Y así como este producto, cada exportación tiene sus complicaciones muy específicas, logísticas, legales, económicas… hasta que llega un punto en que el comercio con un país se vuelve tan complicado, que no hay una buena relación costo-beneficio en siquiera realizarlo. Ningún inversionista va a perder dinero sólo para lograr comerciar con un país concreto.


Cuando las personas dicen: hay que venderle a otros países. Hay que diversificar nuestras exportaciones. Se lo imaginan, en sus cabezas, como transacciones en un mercado de la vecindad, donde si no te gusta una tienda vas a otra. Cuando se trata de países, las variables son mucho, mucho más complicadas. 


China, además, no quiere sustituir a Estados Unidos como principal país comprador. En los últimos 20 años ha tenido una incansable política de sustitución de importaciones, es decir, copiar lo que antes compraba a otros países y hacerlo ellos mismos. Eso es parte de lo que tiene a Alemania en crisis económica en este momento, porque China no se conformó con copiar la tecnología para reemplazar a los alemanes en el mercado chino, sino para arrebatarles clientes de otros países que, obviamente, prefieren lo más barato que viene de China, subsidiado por el gobierno. Al menos desde tiempos de Barack Obama, Estados Unidos se ha dado cuenta de esta estrategia y poco a poco, tímidamente para no afectar a sus empresas con inversiones allá, como Apple, o Tesla, han puesto piedras en el camino a los chinos para que no usen el comercio global que Estados Unidos les facilita para construir armas que después servirán para desafiar el poder estadounidense. Se han tardado bastante y no han hecho lo suficiente, incluído Donald Trump, pero hacia allá van. Otros mucho más ingenuos, sin embargo, como Alemania, todavía no se convencen de la necesidad de desligarse de China. Y por eso siguen hundiéndose. 


Es por todo esto que los aranceles de Trump, brutales y rudos como son, tienen sentido para Estasos Unidos, un país que desde terminada  la segunda guerra mundial ha permitido a todos, incluso a sus enemigos, como China y Rusia, acceder a su mercado. Robert Lighthizer, el representante comercial de Trump durante su primera administración, vio correctamente el problema: el verdadero libre comercio no existe: todos los países hacen trampa, por decirlo de alguna manera, para beneficiarse y perjudicar al otro. China, por ejemplo, vende más barato porque suprime el ingreso y los beneficios sociales de sus trabajadores a cambio de beneficiar a las industrias que emplean a esas personas. Y esos productos baratos, subsidiados por el gobierno, compiten con productos alemanes que tienen que cumplir con reglas sindicales, ambientales y hasta de diversidad racial y de género a veces, que hacen a los productos alemanes inevitablemente más caros.


Así que Trump tiene bien el diagnóstico, entiende la esencia del problema, aunque lo exprese con palabras poco sofisticadas como que Estados Unidos está siendo abusado y explotado por el resto del mundo. 


Lo Trump no entiende es que, en este caso, el orden de los factores sí altera el resultado. Cuando su primera guerra comercial la empieza con sus vecinos y aliados, fortalece a sus enemigos. ¿Dónde está el 60% y hasta 100% de aranceles que dijo en campaña que podría aplicarle a China? ¿Acaso dio marcha atrás porque un empresario aliado suyo con fábricas en ese país le aconseja no llegar a tanto? Es un error porque precisamente México y Canadá que son los que mejor pueden ayudar a Estados Unidos a deshacerse de la dependencia estadounidense de la manufactura china. 


Robert Lighthizer, alguien que a diferencia de muchos otros en su gabinete nunca le dio la espalda al ahora presidente, esta vez no fue convocado por Trump. Así que no tiene opción más que enviarle mensajes al presidente desde la prensa. Y su más reciente entrevista no podía ser más clara: “China, dice Lighthizer, es una amenaza existencial para Estados Unidos y se le está permitiendo extraer del país más de 900 mil millones de dólares al año. Un billón de dólares anuales -a trillion dollars- transferidos al principal rival geopolítico”. 


¿Quién le habla al oído a Trump que le impide ver esa realidad? ¿O es acaso que Trump mismo ya no ve a China como un enemigo existencial? En China y en Rusia no tienen ninguna duda. Y construyen poco a poco las alianzas y las herramientas para destruir a Estados Unidos. Están lejos, a mi modo de ver, de conseguirlo, dadas sus propias contradicciones y atrasos. Sin embargo, ¿están dispuestos Donald Trump y los estadounidenses a darle tiempo a esos enemigos para que encuentren la manera en el futuro? ¿Sólo para evitar las inconveniencias actuales de enfrentar a esos poderes ahora?

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